Sin lugar a dudas, se puede afirmar que Don Pablo Tesák Hecth, ha sido uno de los más importantes empresarios, filántropo, propiciador de la responsabilidad social empresarial y del desarrollo económico en El Salvador, durante los últimos 50 años de su historia. Habiendo cumplido con la premisa de muchos pensadores: de que “la búsqueda de la prosperidad económica, sólo tiene sentido si los frutos de ésta, son compartidos por todas aquellas personas que han trabajado para lograrlo”
El Salvador fue bendecido durante más de cincuenta años, con el regalo de la presencia de Don Pablito, pues fue la Providencia Divina quien entrelazó los hilos de su vida, para hacerlo llegar aquí a El Salvador y convertirlo en el emblemático empresario y “Ciudadano del Mundo”, que llegó a ser.
Ya que lo podemos imaginar, disfrutando de su juventud, paseando alegre y jovial, junto a sus primos y amigos, por las calles de su natal Tild –un pequeño pueblo de unos 500 habitantes en la antigua Checoslovaquia- sin tener en aquel momento ninguna idea del giro que daría su vida. Por un lado, de tener necesidad de dejar su patria y por otro, del decisivo rol que años después iba a desempeñar para el progreso de El Salvador. Un pequeño y desconocido país, al otro lado del mundo, que se convertiría en su segunda patria, al cual llegó a amar y respetar, inspirado por los nobles sentimientos, empeño y esfuerzos de superación que siempre admiró en la población salvadoreña.
Don Pablo, nació el 15 de diciembre de 1920, en el seno de una familia de clase media, que tenía como característica la sensibilidad social. Misma que su padre -un médico, trabajador, responsable y respetuoso de las leyes- y su madre –una ama de casa proveniente de una familia de agricultores- supieron cimentar en él, junto a valores morales y humanos que en su vida adulta lo caracterizarían. Pero, lo que más contribuyó a que esa sensibilidad social y valores calaran profundamente en su alma, fue el ejemplo vivido con sus padres y abuelos. En efecto, su padre trabajó ad honorem, durante once años, para el Hospital público de Nyitra -hecho que le ganó la gratitud y estima de muchas personas- y además acostumbraba a alojar y dar de almorzar, en su casa, a personas de escasos recursos y a estudiantes.
Por su parte, sus abuelos -que eran propietarios de una hacienda- se ocupaban de que sus trabajadores tuvieran lo necesario para solventar sus necesidades, ayudándoles con préstamos de semillas o de maquinaria para que realizaran sus propios cultivos. Esta manera de vivir era compartida también por el resto de sus parientes y a la vez eran parte del engranaje social de la Checoslovaquia, antes de la Segunda Guerra Mundial. Ya que en Checoslovaquia prevalecía una auténtica democracia, al punto de que en 1918 el hijo de una familia de extracción humilde llegó a ser el Presidente de la República, lo que enorgullecía a todos los checos. También, contaba como sus maestros en la Escuela secundaria, sensibilizaban a los estudiantes para que supieran ayudar a los más necesitados. Así, la educación recibida en la Escuela era coherente con la recibida en el hogar, fundamentándose ambas en la justicia, honestidad, democracia, estudio y altruismo, y que estos junto al trabajo arduo y constante, eran la clave del éxito personal y como nación.
Este clima de solidaridad, influyó para que Don Pablo hiciera amistad con los hijos de los campesinos y los empleados de la hacienda de sus abuelos, como con los estudiantes a los que su padre ayudaba. En efecto, el cochero de su abuelo le enseñó a guiar el carro tirado por dos caballos, mientras que con dos de las familias campesinas de la hacienda, mantuvo una amistad que perduró por años, prodigándoles ayuda económica cada año y visitándoles desde El Salvador. Estos lazos de sincera amistad le fueron de ayuda para Don Pablo, durante las vicisitudes sufridas en la Segunda Guerra Mundial, cuando un joven de dichas familias salvo su vida, arriesgando la propia.
Fue precisamente esta guerra la que destruyó todo cuanto él amaba, fue una experiencia amarga, pasó tiempos horribles y perdió a toda su familia. Empero, creyó que una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial y sus horrores, se renovaría la democracia y libertad en su amada Checoslovaquia. Pero esto no sucedió, por el contrario, en 1948 el partido comunista instituyó otro régimen totalitario, bajo el cual Don Pablo no quiso seguir viviendo y decidió emigrar.
Así, llegó primero a Guatemala en 1949 y a El Salvador en 1951, aquí encontró un país dinámico, de una vegetación exuberante, lleno de sol y de gente buena y trabajadora. Encontró tranquilidad y un ambiente amistoso y acogedor, pero ante todo a un buen socio, a Don José Max Olano, con quien fundó la empresa Productos Alimenticios Diana.
En esa misma época se vivía en El Salvador, un proceso de modernización de la economía y de la administración pública. Se impulsó una política de fomento industrial. Se crearon instituciones muy importantes como el Instituto Salvadoreño del Seguro Social, el Instituto de Vivienda Urbana, La Administración Nacional de Telecomunicaciones (ANTEL) y la Compañía de Electricidad (CEL). Cada una de estas instituciones autónomas fue creada en apoyo al desarrollo económico y social impulsado en el país. Los favorables precios del café permitieron esto y además, realizar algunas grandes obras de infraestructura.
En estos años de mucha esperanza para el país, Don Pablo y su amigo Max Olano, empezaron su lucha para establecer una fábrica de dulces, galletas y boquitas saladas. Tuvieron mucho entusiasmo, poca experiencia y casi nada de dinero. Alquilaron diferentes locales donde funcionó su fábrica. Primero en la Colonia Mugdan, luego en la 21 Calle Oriente, después en el Barrio San Esteban y por último –cuando ya habían consolidado el éxito con sus productos- compraron un terreno de dos manzanas de extensión en Soyapango, donde actualmente se encuentran las principales instalaciones de la fábrica DIANA. Al inicio del proceso de producción, también ensayaron diferentes productos, primero con la elaboración de dulces, después con la galleta tipo Waffle –que tuvo una aceptación regular por parte del público- y finalmente con el maní salado, que cuando lo empacaron de una manera innovadora, se convirtió en su primer éxito. Al que siguieron otros productos exitosos como los churritos y variedad de galletas. Al inicio de la década de los 70´s, comenzaron a desarrollar y producir nuevos productos como: Corn Chips, Tortilla Chips llegando a tener más de 30 diferentes productos.
En esa misma década, se creó el Mercado Común Centroamericano, que fue de gran ayuda para el crecimiento sano y sostenible de la empresa de Don Pablo. En la actualidad Productos Diana se exportan a Guatemala, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Los Ángeles y Washington. Siendo actualmente la empresa de boquitas, más grande en el nivel centroamericano.
Sin embargo, junto al arduo trabajo desarrollado y al éxito obtenido, Don Pablo, siempre tuvo presentes las raíces de sensibilidad social, solidaridad y justicia que le habían sido cimentadas desde su niñez y juventud y eran parte intrínseca de su personalidad. Así, desde un inicio instituyó programas de impacto social y cultural, dentro de DIANA. Uno de los primeros fue la alfabetización de los empleados, estableciendo una Escuela para adultos reconocida y autorizada por el Ministerio de Educación, que fue la primera Escuela en el país que funcionó en el recinto de una fábrica.
También, desde 1979, creó una Escuela de verano para los hijos e hijas de los empleados, en la que se combinan los estudios puramente académicos con actividades de esparcimiento social, cultural y deportivo. Construyó, para el uso del personal, un complejo deportivo con canchas de football, baloncesto y voleibol -todas ellas de acuerdo a normas- un auditórium deportivo, salas para tenis de mesa y ajedrez, una piscina de 25 metros y otra pequeña para los niños y las niñas.
Además, instituyó prestaciones adicionales a las de la Ley, tales como: tienda de víveres, aprovisionamiento de artículos para el hogar, préstamos sin intereses para las necesidades de los obreros y préstamos para la construcción o compra de casa, ayuda a la canasta básica, incentivos a la eficiencia, bonos, salarios favorables, entre otros. En suma, Don Pablo siempre estuvo interesado en que las necesidades de desarrollo humano de todo el personal de su empresa, estuvieran resueltas. Garantizando que tuvieran las mejores condiciones para alimentarse, para descansar, para promoverse, para vivir con dignidad y hasta para recrearse.
La mística de trabajo, entrega y abnegación que eran tan características en él sirvieron de ejemplo para sus empleados y colaboradores, que las adoptaron como propias. En efecto, Don José Matías Medrano, el primer empleado contratado por DIANA, ayudó en todo y trabajó por más de 40 años, llegando a escribir un hermoso testimonio que comienza así: “Yo José Medrano González, soy el primer trabajador fundador de la Fábrica de Productos Alimenticios Diana. Esta es una historia para que el personal nuevo se dé cuenta como se comenzaron a fabricar los gustados productos alimenticios, sepan que no todo ha sido color de rosa y por eso deben cuidar y velar por el buen funcionamiento de nuestra querida fábrica”.
Pero Don José Medrano, no fue el único que dio muestras de lealtad y de haber seguido el ejemplo de Don Pablo, también lo hicieron la Sra. Santos Villatoro, quien con sus esfuerzos colaboró en la formación y desarrollo de la empresa de productos alimenticios, y que trabajó durante 37 años y el Sr. Miguel Sánchez, quien comenzó manejando el primer camión con que contó la empresa y posteriormente se convirtió en Gerente de la Distribuidora de San Miguel, trabajando casi 40 años.
Pero, quizás la muestra más clara del espíritu de eficiencia y lealtad a toda prueba, que Don Pablito supo inculcar en su personal, se dio en noviembre de 1989, cuando la Empresa Diana sufrió un siniestro de grandes proporciones que ocasionó cuantiosas pérdidas y puso en riesgo la permanencia de cientos de empleos. En respuesta, la inmensa mayoría de los y las trabajadoras acudieron a las instalaciones de la fábrica para ayudar a rescatar lo que fuera posible. Aún desafiando el peligro que les significaba salir de sus casas, ya que en ese mes se recrudeció la guerra en el área urbana, a niveles sin precedentes, por causa de la Ofensiva Final, afectando con mayor rudeza al área de Soyapango, donde se localiza la fábrica. A pesar de ello, los y las trabajadores, ayudaron con denuedo y aún días después de finalizado el incendio, siguieron retirando los escombros. Hasta que la fábrica estuvo en condiciones de reiniciar sus operaciones.
Como se afirmó, al inicio de esta reseña biográfica, Don Pablo fue una persona extraordinaria, generosa e inteligente, que con su talento empresarial, sensibilidad social y solidaridad con los más pobres, hizo un invaluable aporte a la industria y al desarrollo del país, trascendiendo el ámbito de sus empresas. En efecto, dedicó muchos recursos económicos para financiar diversas causas de apoyo social, entre las que destaca la fundación y construcción de un Instituto Nacional en la Península de San Juan Del Gozo, en la Bahía de Jiquilisco en Usulután. Igualmente, el apoyo para las acciones de la OEF fueron invaluables, ya que proveyó el capital semilla, para el alcance de la sostenibilidad financiera institucional.
Sus cualidades fueron reconocidas en diferentes ocasiones, entre ellas fue galardonado como "Industrial del Año", en 1986, con el Premio ASI; en 1990 ingresó al Salón de la Fama Empresarial de Empresarios Juveniles y en 1991, COEXPORT le reconoció con el "Premio Nacional al Exportador". Durante el período de 1996-1997 fue nombrado por la UDES como "Dirigente de Empresa Distinguido". En el 2004, la Asamblea Legislativa le confirió el título de "Noble Amigo de El Salvador". También, recibió muchos otros reconocimientos por su generosidad y apoyo a causas nobles y humanitarias.
En 1970, Don Pablo se casó con Ildikó Juhasz, de Hungría. Estuvieron casados durante 39 años y para él –como lo afirmó tantas veces- fueron los mejores años de su vida. Tuvieron dos hijas y un hijo. Fueron una familia muy unida y el ejemplo de Don Pablo como padre, inspiró a sus hijas e hijo a seguir sus pasos para ser empresarios y con su ayuda y experiencia exitosa, en 1998, fundaron la empresa Productos Alimenticios Bocadeli, S.A. de C.V. Don Pablo falleció en San Salvador el 7 de agosto de 2009. Actualmente su esposa, la Dra. Ildikó de Tesák, -que orgullosamente es la Presidenta Honoraria de la OEF- y sus hijos perpetúan su legado.